La Decisión de Deponer las Armas: Un Umbral Histórico

Estamos obligados a construir un país donde no exista el terrorismo, donde los procesos democráticos funcionen con plenitud y donde la ciudadanía igualitaria sea un principio fundamental. Y no sólo por nosotros, sino también por esos hijos nuestros cuyos nombres aún desconocemos. Quizás este camino sea largo y lleno de obstáculos. Pero sabemos que, un día, despertaremos de verdad, y ese día este país será otro país.

Despertar sin escuchar noticias de enfrentamientos en la televisión. Ese es el anhelo más profundo de millones de personas que habitan estas tierras. Hemos nacido, crecido y envejecido en medio de una espiral de violencia que ya supera los cuarenta años. Los niños crecieron en medio de los conflictos; las madres, entre lamentos, despidieron a sus hijos; las ciudades quedaron sumidas en el silencio. Cada primavera comenzaba con una nueva esperanza, cada otoño se cerraba con oscuridad. Y ahora, aquella frase que durante tantos años hemos guardado en lo más profundo de nuestro corazón, parece estar a punto de hacerse realidad: “El PKK deja las armas”.

Esta frase no sólo significa que una organización ha decidido silenciar sus armas, sino también que millones de personas y todo un país pueden, por fin, respirar con alivio. No es sólo el fin del estruendo de las balas; es el regreso de las madres, los padres, los jóvenes y los niños al abrazo de la vida. A pesar de tantos intentos fallidos, tal vez esta vez lo lograremos. Y podremos, por fin, hablar con naturalidad de paz, de democracia, de libertad, de ciudadanía igualitaria. Nos uniremos en la transformación democrática del Estado. En un terreno donde ya no caben excusas, hablaremos de derechos, de libertades, de seguridad y de justicia.

Tenemos Esperanza

Todos conocemos cómo se ha llegado a esta etapa del proceso. No obstante, conviene recordarlo: el llamado de Devlet Bahceli, respaldado y aprobado por el presidente Erdoğan, dio inicio al proceso denominado “Una Türkiye sin Terror”. Este proceso evolucionó hacia una nueva fase con el llamamiento de Öcalan del 27 de febrero y culminó con la declaración del PKK: “disolvemos la organización y dejamos las armas”.

Se trata de una decisión valiosa e histórica, no sólo para Türkiye, sino también para los países vecinos y para todos los pueblos que habitan esta región. Somos conscientes, sin embargo, de que esta decisión no ha disipado del todo las inquietudes y los temores. Y es comprensible: la organización ha empleado hasta ahora sus supuestas transformaciones como una estrategia de supervivencia, lo que ha generado un legítimo terreno de sospecha para muchos actores. De hecho, por ello había titulado este texto: “¿Un Umbral Histórico o una Nueva Táctica?”.

A pesar de todo, mantenemos la esperanza. Hemos sido testigos de que la paz es posible. Han aumentado nuestras expectativas en relación con la transformación democrática del Estado, la superación de las consecuencias negativas generadas por el terrorismo, la resolución de nuestras cuestiones por medios políticos y democráticos, y el fortalecimiento de la política civil como eje determinante del futuro.

¿Escribir Historia o Repetirla?

En realidad, la cuestión gira en torno a una pregunta esencial: ¿escribir historia o repetirla? El llamado de Abdullah Öcalan al abandono de las armas, y la respuesta afirmativa de la organización a este llamado, constituye sin lugar a dudas un momento histórico para Türkiye, para la región, para los pueblos que habitan este territorio y para la seguridad global y la política civil.

Naturalmente, este tipo de avances no se consolidan únicamente mediante declaraciones textuales, sino a través de su implementación efectiva sobre el terreno. El PKK ha demostrado repetidamente su capacidad para adaptarse y transformarse con el fin de perpetuar su existencia. Aunque este historial genera legítima cautela tanto en la opinión pública como entre los responsables políticos, el anuncio de disolución tiene un valor significativo en sí mismo.

Sin duda, habrá quienes se pregunten: “¿Estamos ante un verdadero proceso de desarme o se está diseñando una nueva estrategia a través de un cambio estructural?”. Pero no olvidemos que la respuesta a un escenario de este tipo también es clara. Nuestro objetivo, nuestro propósito y nuestra esperanza no es observar la repetición de la historia, sino contribuir a escribir una nueva. Nadie conoce mejor que los ciudadanos de este país el significado del silencio de las armas. Saben que este proceso no es simplemente una desmilitarización, sino también una etapa compartida de construcción democrática. Todos somos conscientes de los efectos que puede generar el retiro de las armas y la entrada en escena de una política civil libre.

En la memoria transformadora del PKK, persiste un núcleo ideológico firme bajo su superficie mutable. Sin embargo, en la declaración reciente se afirma con claridad:

“El respeto a las identidades, la posibilidad de expresarse libremente y de organizarse democráticamente, y la estructuración socioeconómica y política de cada sector de acuerdo a sus propias bases, sólo son posibles si existe una sociedad y un ámbito político auténticamente democráticos. El segundo siglo de la República solo podrá coronarse con democracia, dando lugar a una continuidad fraterna y duradera. No hay camino fuera de la democracia. No puede haberlo. El consenso democrático es el método fundamental”.

Sigamos de cerca la implementación de esta decisión por parte de la organización, pero no olvidemos tampoco su capacidad de adaptación. Todos sabemos que esta organización nació en 1978 como una estructura clásica marxista-leninista. A partir de los años noventa, comenzó a mostrar una notable flexibilidad ideológica. Tras la disolución de la Unión Soviética y el colapso del paradigma de la Guerra Fría, su discurso de “guerra de liberación nacional” fue combinado, en ocasiones, con demandas etnoculturales. Después de 1999, comenzó a construir un nuevo lenguaje ideológico con conceptos como “Confederalismo Democrático”, “Nación Democrática” y “Autonomía Local”.

Todos son conscientes de la capacidad de transformación del PKK. El llamado de Öcalan y su aceptación por parte de los líderes en Kandil deben interpretarse como la fase más avanzada de esta evolución. El objetivo es abandonar las armas y participar en la lucha política. Sí, las decepciones del pasado nos invitan a actuar con prudencia. Pero ese mismo pasado también nos enseñó el valor incalculable de un entorno libre de violencia. Esta vez, carguemos no con el peso del pasado, sino con la esperanza del futuro. Pero mantengamos en reserva la pregunta estratégica que aún resuena: ¿transformación auténtica o simple reubicación?

Un Nuevo Aliento

Conviene dejar momentáneamente de lado lo dicho anteriormente y concentrarse en el presente. Lo evidente es lo siguiente: el silencio de las armas no implica únicamente el fin de los enfrentamientos, sino la reconciliación de un país consigo mismo, la construcción de un sentido de pertenencia que abarque a todos los ciudadanos y la apropiación colectiva del Estado por parte de todos los componentes de la nación. La verdad más elemental, olvidada en medio del prolongado espiral de violencia, es que todas las personas que habitan estas tierras viven bajo el mismo cielo y son ciudadanos de un mismo país.

Un clima político libre de terrorismo puede sentar las bases de un orden democrático e igualitario, en el que las identidades no sean reprimidas sino aceptadas, y donde pueda construirse un lenguaje no de exclusión, sino de convivencia.

El silencio de las balas abre el camino a la política civil. Porque cuando callan las armas, la palabra adquiere valor; la política democrática se fortalece, las demandas legítimas pueden expresarse con claridad, la representación se diversifica, y florecen la empatía y la inteligencia colectiva. Un entorno libre de terrorismo no sólo renueva los corazones, sino también la tierra. El abandono de las armas, el fin total de la ilegalidad y la transición hacia una organización democrática y transparente permitirán revitalizar ciudades que, por diversas razones, no han recibido inversiones suficientes durante años. Todos los sectores comenzarán a activarse. Con la declaración de la organización cuyo poder se ha visto considerablemente debilitado de que cesa sus ataques terroristas, la juventud podrá buscar su porvenir en talleres, aulas universitarias, escuelas y centros de trabajo.

Un ambiente libre de terrorismo también tiene el potencial de transformar al Estado. Puede promover una visión estatal que no solo garantice la seguridad, sino que imparta justicia; que no solo defienda las fronteras, sino que proteja la pertenencia y la identidad. Este nuevo clima puede ofrecer una oportunidad para redefinir la ciudadanía constitucional. Un proceso de solución pacífica también puede reforzar la posición del país a nivel internacional y abrir nuevas páginas en sus relaciones exteriores. Se podría intensificar el diálogo con los países vecinos. Una nación que encuentra la paz en su interior, se convierte también en portadora de paz y estabilidad en el exterior. Y, ante todo, este nuevo clima trae consigo una esperanza genuina: ofrece una oportunidad única para que el dolor no sea el único sentimiento compartido, sino también la esperanza.

No será fácil. Décadas de “sangre”, de “odio” y de resentimiento no desaparecerán de la noche a la mañana. La desconfianza pondrá a prueba nuestra paciencia. Las provocaciones, los círculos oscuros y los viejos reflejos estarán al acecho. Pero aun así, la mera posibilidad de un escenario sin armas es más poderosa que la realidad del terror. Porque un entorno sin terrorismo no es simplemente una decisión: es un proceso voluntario que debe ser reconstruido día tras día. Esto no es un final. Tal vez sea, en realidad, el verdadero comienzo del camino. Porque donde callan las armas, crecen las palabras, se liberan las lenguas y se alivian los corazones. Nos encontramos en un estado de ánimo que clama por aprender la lengua del otro, por escuchar su historia y comprender su dolor.

Sí, estamos obligados a construir un país donde no exista el terrorismo, donde funcionen los procesos democráticos y donde la ciudadanía igualitaria sea un principio esencial, no solo por nosotros mismos, sino por aquellos hijos nuestros cuyos nombres aún desconocemos. Quizás hoy demos apenas un pequeño paso, y quizás el camino por delante sea largo y escarpado. Pero sabemos que, un día, despertaremos de verdad, y ese día este país será otro país. En esa primera mañana, bastará con que nos digamos simplemente “hola”. Porque en ese día, todas las lenguas resonarán, toda identidad dejará de ser un asunto de seguridad para ser una cuestión de libertad, y esa mañana, estas tierras no escucharán el eco del silencio, sino la voz de la esperanza.

Tal como afirmó Francis Bacon:

“Si corres por el camino equivocado, cuanto más rápido y mejor seas, más te alejarás de lo correcto”.
Ojalá nadie más corra en dirección equivocada, y elija, de una vez, encontrarse con la verdad.