La Cumbre sobre Ucrania en la Casa Blanca: una completa vergüenza para Europa
Antes de recibir a los líderes europeos, Trump llamó a Putin para informarle de los últimos acontecimientos. Tras la partida de los mandatarios, volvió a telefonear al dirigente ruso para ofrecerle una actualización. Fue un momento sumamente revelador: mientras Europa era tratada como a un niño que debía ser apaciguado y condescendientemente despreciado, los adultos se ocupaban de los verdaderos asuntos de la geopolítica. La cumbre, organizada precipitadamente para exhibir la fuerza y la influencia de Europa, terminó mostrando exactamente lo contrario.
Detrás de todas esas actitudes ostentosas, los líderes europeos siguen siendo completamente dependientes de la protección de Estados Unidos.
Los dirigentes de los aliados europeos de Ucrania disfrutaron visiblemente de su gran día en la Casa Blanca. Tras la cumbre que el presidente Trump celebró el viernes en Alaska con el mandatario ruso Vladímir Putin, viajaron con entusiasmo a Washington D. C., donde el lunes, durante unas horas en el Salón Este, se comportaron como si fueran verdaderos líderes mundiales. Y lo hicieron, además, en presencia del propio Donald Trump.
El espectáculo ofrecido por el primer ministro británico, Keir Starmer, el presidente francés Emmanuel Macron, el canciller alemán Friedrich Merz y algunos otros dirigentes fue realmente digno de contemplar. Mientras colmaban a Trump de elogios y agradecimientos por sus esfuerzos para poner fin a la guerra en Ucrania, hablaban también de la importancia de garantizar la seguridad europea y de la necesidad en palabras de Starmer de alcanzar una “paz duradera”.
Sin duda, se trataba de nobles intenciones. Pero si el objetivo de esta extraña representación era exhibir el poder de Europa y reafirmar públicamente la determinación de Inglaterra, Francia y Alemania de sostener a Ucrania frente a la incesante agresión rusa, el propósito no se alcanzó.
Y ello no resulta sorprendente. El simple hecho de que Starmer, Macron, Merz y los demás viajaran a la Casa Blanca para asegurarse la protección estadounidense en favor de Ucrania bastó para poner de relieve la debilidad de Europa occidental. Como países que dependen de la gracia de Estados Unidos para garantizar tanto su propia seguridad futura como la de Ucrania, asumieron voluntariamente el papel de solicitantes.
Ciertamente, Europa no escatima en retórica contra Rusia. Sus líderes proclaman que permanecerán junto a Ucrania “todo el tiempo que sea necesario”. Incluso han llegado a esbozar planes para una supuesta “coalición voluntaria” destinada a salvaguardar las fronteras futuras de este país situado en el extremo oriental del continente.
Pero todo esto no es más que palabrería: un teatro geopolítico ampuloso y artificioso. A lo largo de los tres años y medio de guerra, los países europeos no se han colocado de manera plena junto a Ucrania. Sí, enviaron armas, pero lo hicieron con renuencia y de forma exasperantemente lenta. Los miles de millones de euros transferidos a Kiev en concepto de ayuda financiera pueden parecer impresionantes; sin embargo, esa cifra queda empequeñecida frente a las sumas dedicadas a la compra de combustibles fósiles rusos. El año pasado, los Estados miembros de la Unión Europea gastaron 21.900 millones de euros en petróleo y gas de Rusia, mientras que destinaron únicamente 18.700 millones en ayuda financiera a Ucrania.
Como todo el mundo sabe ya, los países europeos no solo son incapaces de defender a Ucrania, sino que apenas logran defenderse a sí mismos. Décadas de desarme militar, de desindustrialización autoimpuesta y de una interminable gobernanza tecnocrática han dejado a estas naciones privadas tanto de la capacidad como de la voluntad necesarias para sostener siquiera un conflicto limitado.
Por ello, el objetivo fundamental de la visita de los líderes europeos a la Casa Blanca fue solicitar a Estados Unidos que continuara asumiendo la carga de la defensa de Europa, tal como lo ha hecho durante décadas, incluso después del final de la Guerra Fría. De ahí que las reuniones del lunes entre Trump y los aliados europeos de Ucrania parecieran centrarse en las supuestas “garantías de seguridad” que Washington podría ofrecer a Kiev una vez concluido el conflicto. Los países europeos deseaban con desesperación que Estados Unidos siguiera desempeñando un papel clave en la disuasión de futuras agresiones rusas, prolongando así su función tradicional de protector de Europa.
En cierto sentido, tuvieron éxito. El lunes, Trump declaró que los países europeos tendrían que constituir la primera línea de defensa, aunque añadió: “nosotros también les ayudaremos, intervendremos”, aclarando, sin embargo, que ello no implicaría el envío de tropas sobre el terreno. Para citar las célebres palabras de Lord Ismay, primer secretario general de la OTAN institución emblemática de la Guerra Fría, el propósito fundacional de la alianza era mantener a los estadounidenses dentro de Europa y a la Unión Soviética fuera. Al parecer, en el contexto de una eventual posguerra en Ucrania, Europa persigue un objetivo similar: garantizar que Estados Unidos siga invirtiendo en su defensa mientras intenta disuadir al Kremlin expansionista.
El alcance y la naturaleza del compromiso estadounidense con la seguridad futura de Ucrania siguen siendo inciertos. Las partes, además, parecieron deliberadamente evitar otros asuntos críticos para poner fin a la guerra: la cuestión de las cesiones territoriales, el retorno de los niños deportados, las posibles reparaciones de guerra que Rusia pudiera pagar. Ninguno de estos temas fue abordado en la reunión del lunes.
El mero hecho de rehusar enfrentar los serios obstáculos que entorpecen el avance de las negociaciones de paz constituye, en sí mismo, otro signo de la debilidad europea. Los dirigentes del continente son plenamente conscientes de que Trump anhela poner fin a esta guerra. Y, tras la cumbre celebrada el viernes con Putin, vieron con claridad que Estados Unidos está dispuesto a hacer concesiones a Rusia, cualesquiera que sean los costos para Ucrania.
El viernes por la tarde, en Anchorage (Alaska), Trump y Putin hablaron abiertamente de un “intercambio territorial”, como si no se tratara del destino de una nación soberana sino de una mera transacción inmobiliaria. Putin exige que Ucrania renuncie a la totalidad del Donbás incluidas las zonas que aún no controla en la guerra. Pero los líderes europeos, tan temerosos de contrariar a su protector y valedor, ni siquiera se atrevieron a plantear esta cuestión en la cumbre de la Casa Blanca. Con el fin de preservar la imagen de unidad de Occidente y de mantener a Trump de su lado, ocultaron los verdaderos puntos de conflicto y hostilidad entre Ucrania y Rusia bajo clichés y fórmulas diplomáticas.
El resultado fue una cumbre carente de auténtico contenido. No retrocedió ni avanzó en relación con las posibles negociaciones entre Estados Unidos, Ucrania y Rusia.
Ahora se prepara el terreno para una posible cumbre entre el presidente ucraniano Volodímir Zelenski y Putin o, con mayor probabilidad, según la expresión de un portavoz ruso, entre representantes de alto nivel de ambos países en guerra. Al fin y al cabo, Putin sigue sin reconocer la legitimidad de la presidencia de Zelenski. Y, si tal encuentro llegara a celebrarse, no sería posible avanzar sin afrontar, en palabras de Putin, las “causas fundamentales” del conflicto.
Antes de recibir a los líderes europeos, Trump telefoneó a Putin para informarle de los últimos acontecimientos. Y, tras la partida de aquellos, volvió a llamar al dirigente ruso para proporcionarle una nueva actualización. Se trató de un gesto profundamente significativo: mientras Europa era tratada como un niño al que había que apaciguar y menospreciar, los adultos se ocupaban de los asuntos verdaderamente esenciales de la geopolítica.
Así, la cumbre, organizada precipitadamente con el propósito de exhibir el poder y la influencia de Europa, terminó por revelar exactamente lo contrario.