La Crisis de Presión Sionista en La Academia Occidental

Los estudiantes que defienden la causa palestina no solo cuestionan las estructuras de poder existentes, sino que también derriban los prejuicios sobre cómo debe accederse al conocimiento; algunos incluso describen un ambiente que evoca las protestas universitarias posteriores a la invasión de Irak. De cara al futuro, sigue siendo incierto cómo se tenderán los puentes entre las demandas de esta nueva generación y el mundo académico. Pero hay algo innegable por ahora: los estudiantes están decididos a luchar sin renunciar a sus principios. El orden académico vigente en Occidente ya no puede permitirse ignorar estas voces.

Tras el drama humano desencadenado por el genocidio en Gaza, las universidades europeas se han convertido prácticamente en campos de confrontación. En los campus, presentados durante décadas como centros de pensamiento libre, cientos de estudiantes y académicos organizaron protestas en apoyo a Palestina; sin embargo, estas manifestaciones se enfrentaron a la presión de los lobbies proisraelíes. Las administraciones universitarias sometieron a estudiantes y docentes a vigilancia y fichaje, mientras que las protestas pacíficas fueron reprimidas con frecuencia bajo el pretexto de la “seguridad”. En universidades como Londres o Cambridge, la policía intervino con dureza contra los estudiantes; se impusieron amenazas de sanciones y se abrieron investigaciones formales contra académicos. Esta postura revela la profunda hipocresía del discurso occidental sobre la libertad académica: en instituciones presentadas como baluartes de la libertad de expresión, las voces críticas hacia Israel fueron silenciadas. No obstante, pese a la presión y la represión, numerosos centros educativos y de investigación europeos continuaron exigiendo la ruptura de vínculos con Israel.

Por otra parte, los profundos lazos políticos y económicos que unen a Occidente con Israel también dan forma a estas protestas. Países como Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido figuran desde hace años entre los principales proveedores de armamento de Israel, y muchas universidades occidentales forman parte de esta red. Las investigaciones conjuntas con instituciones como la Universidad de Tel Aviv contribuyen con frecuencia a proyectos vinculados al sector de defensa israelí. La nueva generación de estudiantes ha empezado a cuestionar estos vínculos de interés que alimentan la lógica del sionismo. Para esta juventud universitaria, las universidades no son solo espacios de cooperación técnica, sino también ámbitos donde deben prevalecer principios éticos y valores humanos. Esta conciencia fortalece su motivación y resistencia.

A pesar del firme apoyo de los gobiernos occidentales a Israel, estos acontecimientos han permitido sacar a la luz un dilema y un doble rasero largamente existentes. La contradicción entre el apoyo militar que Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido brindan a Israel y el trato que dispensan a las movilizaciones en los campus es evidente. Lejos de estas relaciones políticas consolidadas durante décadas, la nueva generación, guiada por un sentido de justicia, ha reabierto el debate tanto en el ámbito político como en el académico. Al mismo tiempo, la creciente campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) ha reforzado las reivindicaciones estudiantiles. Las voces que emergen desde los campus occidentales no solo hacen más visible al movimiento BDS, sino que también exigen desde una perspectiva ética y de derechos humanos poner fin a las colaboraciones entre Israel y las universidades occidentales, así como avanzar hacia el aislamiento del sionismo.

En este contexto, se observa que numerosos académicos han empezado a situarse del lado de los estudiantes que apoyan la causa palestina. Bajo la premisa de que la auténtica libertad académica es aquella que permite debatir incluso las cuestiones más difíciles, estas voces respaldan la solidaridad estudiantil con Palestina. En este sentido, muchos intelectuales europeos afirman que la movilización juvenil en los campus ha desencadenado una profunda autocrítica en las universidades occidentales. Algunos docentes, por ejemplo, han subrayado públicamente que las instituciones universitarias no solo deben promover la cooperación científica, sino también regirse por criterios éticos y de derechos humanos. Estas corrientes de pensamiento han trascendido el ámbito académico para reflejarse también en la esfera política: varios miembros del Parlamento Europeo y representantes de partidos de izquierda han expresado su apoyo a los estudiantes.

La Respuesta de SOAS ante el “Genocidio Educativo”

Una de las manifestaciones más contundentes de esta solidaridad provino del Senado Académico de SOAS (School of Oriental and African Studies) de Londres, institución reconocida por su especialización en estudios de Oriente Medio y África. El Senado de SOAS publicó una declaración en la que calificó la devastación en Gaza como un scholasticide, es decir, un “genocidio educativo”. El documento sostuvo que, desde octubre de 2023, el sistema educativo de Gaza había sido destruido de forma sistemática. En efecto, todas las universidades de Gaza habían quedado reducidas a escombros y casi el 97 % de las escuelas habían sido destruidas o gravemente dañadas; decenas de miles de estudiantes y cientos de académicos habían perdido la vida. La declaración exigía además al gobierno británico la imposición de un embargo total de armas contra Israel. Esta postura constituyó una de las pocas y más claras protestas surgidas desde una institución académica destacada en Occidente. A pesar de la presión que enfrentan incluso los académicos que apoyan activamente la causa palestina, la claridad con la que el Senado fijó su posición resultó reveladora. Los académicos no guardaron silencio ante la violencia ejercida contra docentes y estudiantes en Gaza; denunciaron abiertamente el “genocidio educativo” y advirtieron a la administración universitaria.

La Decisión de La Universidad de Manchester Sobre Tel Aviv University

El impacto de esta declaración se extendió hasta la Universidad de Manchester. El 30 de octubre de 2025, el Sindicato de Estudiantes de la universidad realizó una votación en la que el 94 % de los estudiantes decidió poner fin a todas las relaciones académicas con la Universidad de Tel Aviv, con la que Manchester mantenía proyectos conjuntos desde 2021. Entre estas colaboraciones se incluía un programa que financiaba anualmente hasta ocho investigaciones conjuntas con unos 6.000 dólares cada una. Para los estudiantes, esta cooperación representaba una forma de complicidad financiera con la masacre en Gaza. Exigieron, además, que la administración desarrollara nuevas asociaciones con universidades palestinas. No se limitaron a aprobar la resolución: comenzaron también a promover su difusión a nivel internacional. La razón fundamental radicaba en que la Universidad de Tel Aviv se había convertido en uno de los principales socios académicos del ejército israelí, estableciendo centros de investigación conjuntos con la Fuerza Aérea israelí y colaborando con empresas como Elbit Systems, reconocida fabricante de armamento. Los estudiantes de Manchester afirmaron que no podían aceptar que su universidad mantuviera vínculos con una institución alineada con un ejército responsable de crímenes atroces. La resolución fue interpretada como un claro mensaje de “no seremos cómplices del genocidio”, mientras que la administración universitaria declaró que la decisión no tenía carácter vinculante.

La Postura de la Universidad de Cambridge Frente a Las Empresas Armamentísticas

Paralelamente, en la Universidad de Cambridge surgieron tensiones similares. El Sindicato Estudiantil de Cambridge decidió romper vínculos con la Unión Nacional de Estudiantes (NUS). En la resolución, aprobada por amplia mayoría, se protestó contra la falta de postura de la NUS ante la ocupación de Gaza y su negativa a apoyar a los estudiantes movilizados. Bajo el lema “La NUS debe posicionarse contra la ocupación de Gaza”, los estudiantes plasmaron su descontento, lo que se interpretó como un síntoma de la creciente frustración dentro del movimiento estudiantil nacional. Aunque en octubre de 2023 el Tribunal Superior había ratificado el derecho de los estudiantes a establecer campamentos pacíficos, la administración universitaria mantuvo una postura hostil.

Las reacciones en Cambridge no terminaron allí. Las comisiones estudiantiles solicitaron a la administración el fin de todas las inversiones en empresas armamentísticas y en compañías involucradas en la ocupación. En los comités de supervisión del fondo universitario ya se habían excluido las inversiones relacionadas con armas químicas o biológicas, pero los estudiantes exigieron que estos criterios se ampliaran para incluir también a las empresas israelíes de defensa. El King’s College, uno de los colegios más antiguos de Cambridge, anunció la decisión de no invertir en empresas que fabrican armas utilizadas en el conflicto. Estas acciones fueron interpretadas como un intento de reformular el marco ético de inversión de la universidad.

Una Ruptura en La Academia Occidental

Todos estos ejemplos indican que algo se está resquebrajando en la academia occidental. Los movimientos de estudiantes y académicos ya no se limitan a sus propias instituciones: resisten colectivamente, desde una solidaridad internacional, contra el bloqueo ilegal y la ocupación. Cientos de científicos han solicitado a instituciones globales como el CERN que suspendan toda colaboración con Israel; más de treinta universidades desde los Países Bajos hasta Brasil han cancelado acuerdos con instituciones israelíes. Estas decisiones han suscitado advertencias sobre un posible “éxodo académico”: se rechazan invitaciones dirigidas a académicos israelíes y se cancelan proyectos conjuntos.

En síntesis, la crisis que atraviesa actualmente la academia occidental no es un fenómeno coyuntural, sino la evidencia de una dependencia histórica y de una profunda hipocresía. Las universidades, sometidas a la presión de los lobbies sionistas, han mostrado una incoherencia flagrante respecto a su discurso de libertad y pensamiento crítico. Al mismo tiempo, sin embargo, surge desde dentro una nueva generación: jóvenes comprometidos con los derechos humanos y los valores universales, que buscan reconciliar estos principios con la tradición académica. Esta generación, que no teme alzar la voz ante la tragedia de Gaza, está obligando a la academia a confrontarse con sus propios fundamentos. Al sembrar semillas de coraje y solidaridad, estos jóvenes cuestionan el conformismo occidental y anuncian una nueva ola de resistencia intelectual. Mientras tanto, las autoridades israelíes, alarmadas por el avance del aislamiento académico, ofrecen becas de hasta 200.000 dólares anuales para atraer a investigadores desde el extranjero, una señal clara de que la marginación global de la academia israelí se está profundizando.

En definitiva, este movimiento en los campus vuelve a poner sobre la mesa cuestiones fundamentales que la academia occidental había ignorado durante demasiado tiempo. La idea de que las universidades deben asumir no solo una responsabilidad intelectual, sino también una responsabilidad moral, se ha vuelto incuestionable. Los estudiantes actúan como un instrumento de presión democrática contra administraciones universitarias que optan por el silencio ante estas injusticias. Lo más esperanzador de cara al futuro es que la nueva generación no percibe esta resistencia simplemente como una protesta, sino como un llamado a recuperar los valores de justicia y humanidad que constituyen la esencia misma de la educación. Las universidades occidentales deben escuchar esta voz y aprender de ella; de lo contrario, corren el riesgo de perder su legitimidad ante los ojos de los jóvenes. En resumen, la crisis que atraviesan los entornos universitarios podría marcar el inicio de una época en la que ciencia y conciencia vuelvan a encontrarse.

Estas discusiones han ocupado de tal modo la agenda universitaria que incluso los programas de estudio y las prioridades de investigación han empezado a revisarse desde esta nueva perspectiva. Los estudiantes que defienden la causa palestina están desmontando también los prejuicios sobre cómo debe adquirirse el conocimiento; algunos describen un ambiente que evoca las protestas posteriores a la invasión de Irak. A futuro, la cuestión central será cómo tender puentes entre las demandas de esta nueva generación y las estructuras académicas establecidas. Pero, por ahora, hay algo indiscutible: los estudiantes están decididos a luchar sin renunciar a sus valores. El orden académico vigente en Occidente no podrá ignorar estas voces.