Irak, Entre La Seguridad Estadounidense y La Influencia Iraní
Irak entra en 2025 con la misma pregunta implacable que lo ha perseguido durante dos décadas: ¿puede seguir siendo socio de Washington mientras mantiene vivas las arterias políticas y económicas que lo unen a Teherán? Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la reactivación de la doctrina de “máxima presión”, su margen de maniobra se estrecha de forma palpable. Bagdad empieza a comprender que la neutralidad se ha convertido en un lujo cada vez menos accesible.
Un analista regional lo expresa así: “El segundo mandato de Trump promete para Irak otro número de funambulismo de cuatro años.” El dilema es claro: o se preserva el paraguas de seguridad estadounidense, asumiendo el riesgo de una ruptura con Irán, o se busca una mayor cercanía con Teherán, arriesgándose a desencadenar sanciones estadounidenses que podrían sacudir los cimientos mismos de la economía iraquí.
James Jeffrey, exembajador de Estados Unidos en Irak y también representante especial para Siria, es franco respecto a la postura de Washington: sea cual sea el camino elegido por la administración, el objetivo último es salvaguardar los intereses estratégicos estadounidenses en un país con una población instruida y con exportaciones petroleras que rozan los cuatro millones de barriles diarios “mucho más que un simple campo de batalla geopolítico”.
Presión Económica Como Instrumento De Influencia
El gobierno estadounidense ha dejado claro que el verdadero campo de batalla es el frente financiero. En octubre de 2025, el Departamento del Tesoro sancionó a varias personas y empresas radicadas en Irak, acusándolas de ayudar a Irán a evadir sanciones, transferir armas y lavar dinero a través del sistema bancario iraquí. Las medidas apuntaron a financieros y redes empresariales vinculadas a milicias que operan bajo el beneplácito de Teherán.
Estas acciones se sumaron a sanciones anteriores. En septiembre, el Departamento de Estado designó como Organizaciones Terroristas Extranjeras a cuatro grupos milicianos proiraníes: el Movimiento Nujaba, las Brigadas Sayyid al-Shuhada, el Movimiento Ansarullah al-Wafa’ y las Brigadas Imam Ali. La decisión los aisló de facto del sistema financiero internacional. Y en marzo, Washington puso fin a la histórica exención que permitía a Irak importar electricidad y gas de Irán pese a las sanciones, dejando al país al borde de apagones generalizados.
Algunos miembros del Congreso han abogado por medidas aún más contundentes. En mayo, como parte de la campaña de presión contra Irán, se planteó un plan para sancionar directamente a Irak. El proyecto, de gran alcance, apuntaba a las Fuerzas de Movilización Popular (Hashd al-Shaabi), a segmentos del sector petrolero y bancario del país y a altos funcionarios. Críticos calificaron la iniciativa como “un golpe mortal para la economía y la soberanía de Irak”.
Diplomacia Bajo Presión
El secretario de Estado, Marco Rubio, ha combinado la presión financiera con una presión diplomática constante sobre el primer ministro Mohamed Shia al-Sudani. En las reuniones de febrero y octubre de 2025, Rubio insistió en la necesidad de desarmar a las milicias respaldadas por Irán y reducir la influencia de Teherán. El mensaje es inequívoco: Irak debe elegir.
Pero Sudani gobierna un país en el que esta elección no solo es impopular, sino sumamente peligrosa. Crítico de las operaciones militares unilaterales llevadas a cabo por Israel, Irán, Türkiye y Estados Unidos, Sudani adopta lo que el Servicio de Investigación del Congreso describe como “una postura nacionalista”. Asimismo, ha declarado ilegales los ataques de las facciones proiraníes. Sin embargo, las milicias siguen armadas, arraigadas y políticamente indispensables.
Un Estado Dentro Del Estado
Las Fuerzas de Movilización Popular (Hashd al-Shaabi), principal instrumento del poder iraní, no son simplemente un conjunto de grupos armados: conforman una estructura paralela con partidos políticos, fuentes de ingresos y órganos administrativos propios. Teherán respalda actualmente un proyecto de ley destinado a consolidar la autonomía del Hashd, otorgarle independencia financiera y bloquear cualquier intento futuro de desarme sin aprobación parlamentaria.
Para Washington, estas milicias son la manifestación tangible del control iraní; para Teherán, son la piedra angular de una estrategia regional que se extiende de Bagdad a Beirut. Subordinarlas a la autoridad del Estado iraquí implica un riesgo de conflicto que ni Sudani ni sus posibles sucesores pueden sortear con facilidad.
La Cuestión De Las Tropas Estadounidenses
En julio de 2025, Estados Unidos e Irak acordaron retirar gradualmente las fuerzas de combate estadounidenses de las regiones central y occidental del país antes de diciembre. No obstante, las misiones de lucha contra el terrorismo y de entrenamiento continuarán en el Kurdistán. Analistas de defensa esperan que todas las tropas estén fuera para finales de 2026, aunque la presencia en el Kurdistán podría reclasificarse y prorrogarse.
Este calendario constituye una cuenta regresiva estratégica. Una retirada total eliminaría la presión sobre los grupos proxies iraníes; una presencia prolongada preservaría la influencia estadounidense. Tanto Teherán como Washington maniobran para moldear las condiciones de la retirada en su favor.
Elecciones y Política De Supervivencia
Las elecciones parlamentarias de noviembre de 2025, celebradas de manera regular y segura algo que Washington celebró otorgaron a la coalición de Sudani resultados sólidos en el sur. El enviado especial Mark Savaya elogió los comicios y reiteró el apoyo estadounidense a limitar la injerencia extranjera y desarmar a las milicias.
Sin embargo, el margen de victoria de Sudani quedó por debajo del umbral que muchos analistas consideraban necesario para asegurar un segundo mandato. La aritmética de coaliciones en Irak es despiadada y casi todos los grandes bloques mantienen vínculos con Irán. La postura dura de Trump hacia Teherán complicará las negociaciones y llevará a los actores políticos a actuar con mayor cautela.
Mientras los políticos en Bagdad hablan públicamente de soberanía, en privado intentan equilibrar cuidadosamente a los patrocinadores externos. Se trata de una habilidad de supervivencia perfeccionada tras años de ocupación, insurgencia y competencia geopolítica.
El Camino Por Delante
El futuro de Irak dependerá, en gran medida, de si el nuevo gobierno logra amortiguar la presión estadounidense sin provocar a Teherán y si las milicias profundamente integradas en el Estado toleran posibles reformas que limiten su autonomía. La ciudadanía iraquí, cansada tras décadas de guerra y tutela externa, podría movilizarse exigiendo un cambio de rumbo. Pero la clase política permanece atrapada en un sistema donde el poder depende de aplacar a fuerzas externas en competencia.
La advertencia de James Jeffrey “Irak es de importancia crítica para Washington” sugiere que Estados Unidos no tiene intención de abandonar el país. Irán, por su parte, considera a Irak como el elemento más valioso de su arquitectura regional. El escenario que emerge no anuncia progreso, sino una lucha prolongada que corre el riesgo de generar nuevas crisis.
Irak no se encamina hacia un giro dramático. Su futuro se forja en pasos pequeños, disputados, moldeados por presiones contrapuestas, instituciones frágiles y líderes que intentan preservar tanto su autoridad como la soberanía del país. El número de funambulismo continúa.