“Hayy Ibn-i Yekzan” y la Ilustración Europea

Según Ibn Tufeyl, un célebre filósofo, médico y figura vinculada al sufismo, el uso correcto de la razón libre de deseos y ambiciones conduce al descubrimiento tanto de las verdades naturales como de las religiosas, pues la fuente de todo conocimiento y de toda existencia, ya sea del ser humano o de la naturaleza, es una y la misma. Su relato destaca asimismo la importancia de la experiencia personal para alcanzar la verdad de la creación; este punto puede abordarse tanto desde una perspectiva filosófica como mística. En ambos casos, quien emprende el camino hacia la verdad debe saber que se trata de un viaje personal que requiere una preparación rigurosa. No sorprende, pues, que este aspecto de la historia de Hayy haya resonado en los cuáqueros, quienes buscaban dar prioridad a la experiencia personal de la verdad por encima de la autoridad eclesiástica.

Ibrahim Kalın
10 de marzo de 2018

Ibn Tufeyl (1116–1185), uno de los pensadores más destacados de la civilización islámica de al-Ándalus, es conocido por su relato filosófico Hayy ibn-i Yekzan, cuyo título significa literalmente “El Viviente, Hijo del Consciente”. Esta obra, una de las más difundidas de la tradición intelectual islámica, fue traducida al latín en 1617 por Edward Pococke, hijo de uno de los académicos más prominentes de Oxford, el Dr. Pococke. El título latino de la traducción, Philosophus Autodidactus (“El filósofo autodidacta”), ha cautivado la imaginación de filósofos y teólogos a lo largo de generaciones. La forma en que esta historia influyó en el pensamiento europeo durante el siglo XVII y la Ilustración ofrece un magnífico ejemplo de cómo las ideas viajan más allá de las fronteras religiosas, culturales y lingüísticas. Más allá de la cuestión de su influjo en el pensamiento ilustrado, la obra conserva hoy en día una relevancia filosófica notable.

Según el relato, Hayy ibn Yekzan es encontrado siendo un bebé en una isla y crece amamantado por gacelas. A medida que se hace mayor, se da cuenta de que mantiene una relación con otros animales, pero que es diferente de ellos. Observa su entorno natural y empieza a descubrir los principios que permiten a los seres creados mantener su existencia. A medida que se da cuenta de que Dios es la fuente de todo lo existente y de todo conocimiento, adquiere una comprensión cada vez más profunda del mundo en el que vive y de los principios naturales y morales que lo rigen. Este proceso de autodescubrimiento lo distingue de las demás criaturas que le rodean.

Cierto día, llega a su isla un hombre llamado Absal, procedente de otra isla vecina, y ambos comienzan a conversar sobre la naturaleza, la moral y Dios. Absal, con gran asombro, descubre que Hayy había logrado por sí solo acceder a todas las verdades que enseñaba su religión. Sin embargo, la claridad y la forma conceptual precisa del entendimiento de Hayy parecían superiores a las creencias imprecisas y complejas del pueblo de Absal. Entonces Hayy intenta enseñar su comprensión racional sobre la creación a la gente de la isla de Absal como un gesto de buena voluntad. El experimento fracasa. Hayy percibe que la mayoría de los seres humanos actúa impulsada por el egoísmo, la codicia y sus pasiones, y no responde al elevado llamado de la razón y de la fe. Concluye que las personas comunes, con sus defectos y tendencias destructivas, no pueden permanecer abandonadas a su suerte y necesitan la religión y sus normas para llevar vidas con sentido y en paz. Tras esta advertencia sobre la condición humana, Hayy se retira a su isla con Absal como discípulo.

Existen numerosas interpretaciones de la historia de Hayy. Sin embargo, resulta interesante que una obra de la filosofía islámica despertara tanta curiosidad en Europa en un momento de gran efervescencia intelectual. ¿Por qué los círculos académicos e intelectuales de la Europa del siglo XVII habrían de mostrar interés por la obra de un filósofo musulmán andalusí del siglo XII?

La rápida popularización de la historia de Hayy y su huella duradera se relacionan con lo que dice acerca de la naturaleza humana, el origen de nuestras ideas, la causalidad y los modos de llegar a conceptos como la religión, la ética y Dios. La obra ofrece una nueva perspectiva sobre la relación entre el sentido común, la observación, la experiencia y el razonamiento abstracto.

Incluso el título que Pococke eligió para la traducción, Philosophus Autodidactus, sugiere que Hayy aprende, sin ayuda externa ni autoridad alguna, los principios fundamentales de la ciencia, la filosofía y la ética. El relato parece insinuar que la razón, por sí sola y sin apoyo exterior, puede descubrir las verdades de la naturaleza y de la religión. Así, se presenta como compatible y complementaria la enseñanza religiosa revelada con las verdades que la razón humana alcanza por sí misma. Lo que perturba a la razón y a la fe es el egoísmo y la confusión mental. Las afirmaciones y convicciones de Hayy sobre la naturaleza, la razón y Dios encuentran su respaldo en los preceptos de la religión. El fideísmo la idea de que la legitimidad solo procede de la fe no es un método de razonamiento sólido; la persona, para entender la verdad de manera más profunda, debe utilizar su razón.

La forma en que Hayy llega al pensamiento conceptual resulta especialmente relevante para los debates del siglo XVII acerca de la razón, la experiencia y la noción de las ideas innatas. A diferencia de Descartes, parece que Hayy no posee ideas innatas, sino que desarrolla sus conceptos abstractos y universales sobre el universo y la ética a partir de la observación y el razonamiento. Una reseña de la historia publicada el 17 de julio de 1671 en la revista Philosophical Transactions de la Royal Society subraya este punto. Tal como cita G. A. Russell en su obra La relación de los filósofos de la naturaleza en la Inglaterra del siglo XVII con la lengua árabe, allí se afirma: “El propósito de este proyecto es mostrar cómo la mente del hombre, partiendo de la contemplación de las cosas del mundo, puede elevarse, haciendo uso correcto de la razón, a un conocimiento más sublime […] y a ese punto al que llega en su conocimiento de las cosas naturales, la moral, lo divino, etc.”.

Dicha interpretación no constituye una mera exaltación de la genialidad individual de Hayy, sino que confirma la capacidad natural de la razón humana para descubrir la verdad sin requerir las ideas innatas de Descartes. Esta conclusión habría complacido en gran medida a un pensador de tendencia lockeana, que defiende la idea de la “tabula rasa”.

Sin embargo, hay mucho más que decir sobre Locke y la obra de Ibn Tufeyl. ¿Leyó Locke, el filósofo más renombrado de su época, Philosophus Autodidactus de Ibn Tufeyl? Las pruebas disponibles son indirectas, pero sugieren que conocía la existencia de esta traducción. El libro se publicó en Oxford, donde vivía Locke, de modo que es muy probable que lo tuviera en sus manos. Además, difícilmente Locke hubiera pasado por alto la creciente popularidad de la obra. En la misma revista donde empezó a publicar sus escritos y artículos en 1686, aparecía un amplio resumen de Philosophus Autodidactus.

El camino intelectual y social de Locke pudo haberse cruzado con Philosophus Autodidactus a través de la doctrina de los cuáqueros (la Sociedad Religiosa de los Amigos) en el siglo XVII. Dos figuras destacadas de este movimiento, George Keith y Robert Barclay, desempeñaron un papel importante en la difusión de la historia filosófica de Ibn Tufeyl en los círculos intelectuales europeos. En 1674, Keith tradujo al inglés el libro de la versión latina de Pococke con la esperanza de que la historia de Hayy ayudara a los cristianos a comprender la importancia de la experiencia personal sin necesidad de recurrir a las Escrituras cristianas. Barclay, en su obra Apologia, menciona a Hayy como un ejemplo perfecto de la “experiencia de la luz interior sin la mediación de la Escritura”. Si bien Locke y los cuáqueros tenían puntos de divergencia, la supremacía de la luz interior de la razón era una idea compartida en los ambientes intelectuales de la época. Por ello, Keith, Barclay y otros intentaron presentar la historia de Ibn Tufeyl como si fuera un relato cuáquero.

Las interpretaciones de la historia de Hayy en los círculos filosóficos y teológicos de la Europa del siglo XVII reflejan tanto la versatilidad de la obra como las tendencias competitivas de aquel tiempo. Ibn Tufeyl no era deísta, ni cuáquero, ni empirista al modo de Locke. Es cierto que proporcionó a los pensadores europeos numerosos argumentos para sustentar posiciones basadas en la razón y en la observación. Pero su obra persigue uno de los temas más duraderos de la tradición intelectual islámica, esto es, demostrar que la razón y la fe se complementan en vez de contradecirse. Según Ibn Tufeyl, un filósofo, médico y figura reconocida por sus vínculos con el sufismo, el uso correcto de la razón, libre de deseo y ambición, conduce al descubrimiento de las verdades tanto naturales como religiosas, ya que la fuente de todo conocimiento y toda existencia, humana y natural, es única e idéntica. Su relato también destaca la importancia de la experiencia individual a la hora de alcanzar la verdad de la creación; este punto puede abordarse tanto desde una perspectiva filosófica como mística. En ambos casos, quien se adentra en el camino de la verdad debe asumir que es un trayecto personal que exige una preparación muy seria. Por tanto, no resulta extraño que este aspecto de la historia de Hayy atrajera la atención de los cuáqueros, deseosos de sustituir la autoridad eclesiástica por la experiencia personal de la verdad.

La obra maestra de Ibn Tufeyl conserva hoy la misma vigencia que tuvo siglos atrás. Su legado más perdurable es dar testimonio del mensaje esencial según el cual lo que importa por encima de todo es lo que hacemos con los dones de la razón, la fe, la comprensión y la compasión.

Fuente; https://www.dailysabah.com/columns/ibrahim-kalin/2018/03/10/hayy-ibn-yaqdhan-and-the-european-enlightenment