¿Existe la Justicia en Este Mundo?
Es posible, al mismo tiempo, ver las injusticias del mundo y gritar con indignación «¡¿Es esta tu justicia, mundo?!», mientras se lucha incansablemente por establecer la justicia y construir un mundo más equitativo. Sin embargo, para ello es necesario adoptar una perspectiva sólida que no caiga en el derrotismo de afirmar: «No luchen por la justicia, porque de todas formas nunca se logrará», o «Ante las injusticias de esta vida, no busquen refugio en Dios».
En el pensamiento y el comportamiento occidental, la justicia siempre ha sido un concepto ambiguo y contradictorio. Tras el genocidio en Gaza y la retórica de poder de Trump, está ya de por sí dudosa postura ha perdido por completo su credibilidad. Para la gran mayoría de las personas, conceptos como «derecho internacional» y «derechos humanos» no son más que meras ilusiones, engaños disfrazados de grandes ideales.
En este artículo, analizaremos las bases jurídicas y filosóficas que explican por qué la justicia ha quedado reducida a esta mera simulación en la visión occidental. En el próximo escrito, en cambio, abordaremos por qué, a pesar de esta ambigüedad y contradicción, no debemos renunciar a la lucha por la justicia y un mundo más equitativo.
El Jurista que Poco se Preocupó por la Justicia: Hans Kelsen
El renombrado jurista de derecho público Hans Kelsen sostenía que la justicia es una cualidad que puede existir en un orden social, pero que no es una necesidad absoluta. Según su perspectiva, la justicia debe ser considerada únicamente como una virtud humana de segundo orden. Para Kelsen, la justicia permanecerá como un sueño inalcanzable de la humanidad, jamás podrá ser definida de manera absoluta, y solo podrá hablarse de la equidad desde una perspectiva subjetiva e individual.
Kelsen fue contemporáneo de Sigmund Freud y, al igual que él, un judío vienés. Aunque no fue su seguidor, mantenía intercambios intelectuales con Freud y participaba en su círculo de discusión. Desconozco cuál fue la postura de Kelsen respecto al problema de Israel y el sionismo hasta su fallecimiento en 1973. Sin embargo, sí sé que, tras su muerte, en 1985 se publicó su libro La Ilusión de la Justicia (The Illusion of Justice), en el cual su convicción sobre la imposibilidad de alcanzar la justicia social quedó aún más asentada. En su tratado «¿Qué es la justicia?» (AlBaraka Yayınları, Trad. M. Kaya, A. F. Çağlar, 2023), Kelsen ofrece una de sus pruebas más contundentes de que nunca podrá alcanzarse un consenso sobre el concepto de justicia: la contradicción insalvable entre el derecho fundamental a la vida del individuo y los intereses de la nación, el derecho a matar en tiempos de guerra y la pena de muerte.
Kelsen expone su argumento de la siguiente manera:
«Según ciertas creencias y principios morales, la vida humana es el valor supremo y, por ende, la vida de cada individuo debe ser protegida a toda costa. Desde esta perspectiva, arrebatar la vida a una persona ya sea en una guerra o mediante la ejecución de una pena de muerte es absolutamente inaceptable. Es bien sabido que esta es la postura de los antimilitaristas y de aquellos que rechazan la pena de muerte por principio.
No obstante, la creencia opuesta sostiene que el valor supremo es el interés y el honor de la nación. Desde esta perspectiva, todo ciudadano debe estar dispuesto a sacrificar su propia vida por el bien de la nación y a eliminar a quienes sean considerados sus enemigos. En este caso, la pena de muerte se percibe como una práctica legítima en el castigo de delitos graves.
Es absolutamente imposible alcanzar una decisión racional o científica entre estos dos sistemas de valores contradictorios.”
Así lo plantea Kelsen.
No nos detendremos aquí en analizar ni estas ideas ni su relación con el pensamiento judío (un tema que ya hemos examinado al abordar la contradicción similar que presenta el filósofo judío Emanuel Levinas, conocido como el pensador del “otro”). Para más detalles, véase: http://www.erolgoka.net/benim-levinasim/.
La razón por la que mencionamos a Kelsen en este escrito es para mostrar su contribución a la ambigüedad y la contradicción de Occidente en materia de justicia. Ahora, si lo desean, avancemos desde el derecho hacia la esfera del pensamiento, y tratemos de demostrar cómo la creencia en la injusticia, no solo en el ámbito jurídico sino en la propia vida, está profundamente arraigada en la tradición intelectual occidental.
Thomas Macho: “¡La Vida es Injusta!”
Toda reflexión sobre la justicia, inevitablemente, nos lleva al problema del «theodicea», es decir, la cuestión del mal. Cuestionamos no solo si el mundo en el que vivimos es justo o no, sino también las raíces del mal en sí mismo. En un proceso de pensamiento sano y coherente, este cuestionamiento no solo no es peligroso, sino que, por el contrario, es necesario, siempre y cuando se realice de manera rigurosa y consistente.
En 1820, la diferencia entre el país más rico y el más pobre era de 3 a 1. Para 1950, esta disparidad había aumentado a 35 a 1; en 1973, a 44 a 1; y en 1992, a 72 a 1. La brecha no solo se ha ampliado en términos de ingresos entre el Norte rico y el Sur empobrecido, sino también en cuanto a la esperanza de vida. Durante la Edad Media y los albores de la Edad Moderna, solo la mitad de los nacidos en un mismo año llegaban a los 21 años. Cuando analizamos nuestra existencia en función del país, la época, la familia y la genética en la que nacemos, así como las condiciones de nuestra muerte, resulta evidente que en la vida no hay rastro de justicia.
A la luz de estos datos, ¿podemos decir, como el filósofo de la economía y anarquista Edward Paul Abbey, que «la vida es injusta, y el hecho de que lo sea es en sí mismo una injusticia». Personalmente, respondería «Sí», pero con una advertencia: «¡Cuidado con extraer de aquí una conclusión teológica directa!». Al afirmar que «la vida es injusta», de ninguna manera quiero decir que «el Creador es injusto».
El pensador alemán Thomas Macho, sin embargo, no es tan cauteloso como yo. En una conferencia impartida en la Academia de Graz en 2010, declaró sin titubeos: «La vida es injusta, porque los nacimientos son injustos; la vida es injusta, porque la muerte es injusta». Posteriormente, convirtió esta conferencia en un libro titulado «La vida es injusta. Conservemos la inquietud» (Açılım Kitap).
Macho aborda la cuestión de la injusticia en el marco de dos pensadores contemporáneos: Descartes y Pascal. Relaciona el escepticismo cartesiano con la muerte, a los cinco años de edad, de la hija que tuvo con su controvertida relación con su sirvienta. En cuanto al misticismo de Pascal, lo vincula a su frágil salud desde la infancia y al hecho de que su enfermedad se volvió mortal a temprana edad. «Pascal sabía que la contradicción entre la muerte y la justicia era irresoluble y que la cuestión de la theodicea no llevaba a una respuesta, sino a un abismo». Por ello, no confió en los filósofos, sino en el Dios inconmensurable y eterno de Abraham, Isaac y Jacob, y creyó en su justicia. Al afirmar que el corazón no es el opuesto de la razón o la inteligencia, sino el centro de la fe y el amor, transformó la comprensión cristiana y sentó las bases de la modernidad. Su pensamiento influyó en toda la tradición occidental, desde Baudelaire hasta Nietzsche, de Sartre a Camus, de Bergson a Marx.
Según Macho, el monoteísmo tenía un precio: debía justificar las injusticias. «La cuestión de la theodicea, es decir, la legitimidad de Dios ante la pobreza, el sufrimiento y la muerte prematura en el mundo que él mismo creó, debía resolverse partiendo del supuesto de que un Dios único y absoluto no podía ser malo ni injusto». Macho también considera que la escatología del Juicio Final es una de las respuestas formuladas ante este problema. «El cristianismo nació con la expectativa del Juicio Final y, aunque sus enfoques hayan cambiado, siempre ha permanecido como una religión del Apocalipsis». Cuando llegue el día del juicio, los agraviados recibirán justicia, y los seguidores de Cristo, que han sufrido, serán finalmente redimidos. En el Evangelio, el consejo a los cristianos ante las injusticias del mundo es claro: «no juzgar ni condenar, sino esperar el Juicio Final».
Ciertamente, hay puntos válidos en el discurso confuso de Macho. Sin embargo, su error imperdonable es referirse al monoteísmo únicamente en el marco del judeocristianismo, ignorando por completo el Islam. Solo menciona superficialmente a Suhrawardī, destacando la superioridad del conocimiento trascendental sin relacionarlo con su pertenencia al Islam ni con la tradición islámica del pensamiento.
Es innegable que la teología cristiana tiene una gran responsabilidad en las injusticias que el mundo ha experimentado. Sin embargo, en Occidente, el cristianismo ya no es la creencia dominante. Desde hace tiempo, las personas en Occidente no mitigan su desesperación ante las injusticias del mundo con la esperanza del Juicio Final. Han desarrollado otras mitologías, centradas en el consumo, que los alejan de la realidad y los hacen perder el juicio. Macho, sin embargo, no menciona en absoluto estos nuevos mitos.
Tampoco tiene conocimiento del Islam, la única religión monoteísta que coloca como primera obligación de sus creyentes la lucha por hacer del mundo un lugar justo. Si Macho conociera el Corán, un libro que llama sin cesar a la justicia mientras proclama la existencia de Dios y el Día del Juicio, vería que sus afirmaciones sobre el monoteísmo se desmoronan por completo y guardaría silencio.
Es perfectamente posible ver las injusticias del mundo, gritar con indignación «¡¿Es esta tu justicia, mundo?!» y al mismo tiempo luchar sin descanso por establecer la justicia y construir un mundo más equitativo. Sin embargo, para ello, es necesario adoptar una perspectiva sólida que no caiga en el derrotismo de afirmar: «No luchen por la justicia, porque de todas formas nunca se logrará», o «Ante las injusticias de esta vida, no busquen refugio en Dios».