El Baile de Indonesia con Israel: ¿Equilibrio o Concesión?
En septiembre de 2025, el presidente de Indonesia, Prabowo Subianto líder del país musulmán más poblado del mundo pronunció un discurso histórico desde la tribuna de las Naciones Unidas. Mientras reafirmaba “la necesidad de la liberación de Palestina”, sorprendió con una afirmación inesperada: “También debemos reconocer, respetar y garantizar la seguridad del Estado de Israel.”
Estas palabras representaron una ruptura llamativa con la retórica antiisraelí que Yakarta había sostenido durante décadas. Más sorprendente aún fue lo ocurrido unas semanas antes: en Israel, enormes carteles publicitarios mostraban al presidente indonesio junto a figuras como Netanyahu y Trump, bajo el lema de una “visión de paz regional”. Aquellas imágenes provocaron un verdadero shock en la opinión pública indonesia.
¿Cómo llegó Indonesia un país cuya constitución consagra el principio de oposición al colonialismo y que considera la causa palestina parte inseparable de su identidad nacional al umbral de una normalización con Israel? La respuesta se encuentra en la intersección entre una profunda introspección nacional, un pragmatismo estratégico y la búsqueda de un mayor estatus global.
La Causa Palestina como Obligación Constitucional
La política indonesia hacia Israel hunde sus raíces en la filosofía fundacional del país y en la Constitución de 1945. En el preámbulo de la Carta Magna figura el principio de que “el colonialismo debe ser erradicado de la faz de la tierra”, base moral de la visión del mundo de Yakarta. En ese marco, Israel fue concebido durante décadas como una potencia colonial ocupante de los territorios palestinos, y dicha percepción se convirtió en el eje tanto del discurso oficial del Estado como de su postura diplomática.
El primer líder de Indonesia, Sukarno, definió una política exterior marcadamente anticolonialista y no alineada, que implicaba el rechazo absoluto de cualquier relación con Israel. Aquella posición no era solo una decisión política, sino también un consenso social. Organizaciones islámicas masivas como Nahdlatul Ulama (NU) y Muhammadiyah, que reúnen a millones de miembros, consideraban el apoyo a la causa palestina un componente indispensable de la solidaridad islámica y de la responsabilidad moral de la nación. Por ello, establecer vínculos diplomáticos con Israel se convirtió en un tabú político.
Dado el carácter democrático del país, ningún gobierno podía ignorar esta sensibilidad religiosa y popular. Un ejemplo revelador fue la decisión de la FIFA en 2023 de retirar a Indonesia la sede del Mundial Sub-20, después de que el país se negara a admitir la participación del equipo israelí. El episodio demostró hasta qué punto la opinión pública podía moldear la política de Estado.
Realpolitik y Búsqueda de Estatus
La llegada al poder de Prabowo Subianto en 2024 marcó una evolución visible en la política exterior indonesia. El nuevo presidente buscó posicionar a su país como una “potencia media” con voz propia en el sistema internacional, adoptando una estrategia que podría definirse como pragmatismo condicionado.
Esa estrategia alcanzó su expresión más clara en el discurso ante la ONU en septiembre de 2025, cuando Prabowo declaró que Indonesia solo reconocería a Israel si este reconocía primero un Estado palestino independiente. Con ello, el presidente introdujo un matiz significativo: pasó de la rígida postura tradicional “primero el Estado palestino, después las relaciones” a una posición más flexible, que mantenía la posibilidad de un vínculo diplomático como instrumento de presión. El uso de la palabra “Shalom” al final de su intervención, más allá de la cortesía, tuvo una profunda carga simbólica.
Detrás de este viraje se esconden varias motivaciones estratégicas. La primera es la búsqueda de un mayor estatus global y de beneficios económicos. Indonesia aspira a incorporarse a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y para ello necesita el respaldo de las potencias occidentales, especialmente de Estados Unidos. Mantener un canal de diálogo con Israel otorga a Yakarta un valioso recurso diplomático ante Washington. Además, el comercio bilateral actualmente de apenas unos cientos de millones de dólares y en gran parte informal podría multiplicarse, como ocurrió con los Emiratos Árabes Unidos tras los Acuerdos de Abraham. Israel ofrece, además, tecnologías de punta en gestión del agua, agricultura y ciberseguridad, sectores clave para los planes de desarrollo indonesios.
En segundo lugar, Indonesia aspira a consolidarse como un actor regional de peso. En su discurso ante la ONU, Prabowo prometió enviar una fuerza de paz de 20 000 efectivos a Gaza, un gesto que buscaba transformar la imagen del país: de mero simpatizante de la causa palestina a constructor activo de paz. Al referirse a la seguridad de Israel, el presidente pretendía proyectar a Indonesia como un mediador equilibrado y responsable, más que como una parte del conflicto.
Por último, Yakarta intenta adaptarse a las nuevas dinámicas del entorno regional. Los Acuerdos de Abraham, mediante los cuales Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y otros países árabes normalizaron sus relaciones con Israel, han ofrecido a Indonesia un margen político que antes no existía. Aunque el gobierno indonesio no respalda abiertamente esas iniciativas, busca evitar el aislamiento dentro del mundo islámico y encontrar un lugar en las redes de alianzas emergentes.
En suma, el acercamiento a Israel no implica necesariamente una renuncia a la causa palestina, sino más bien un intento de redefinir la influencia de Indonesia en un contexto global en el que la diplomacia pragmática parece imponerse a la ortodoxia ideológica.
Entre la Ideología y la Realpolitik
Sin embargo, la apertura pragmática de Prabowo entraña riesgos políticos internos de gran envergadura. Los poderosos movimientos islámicos de Indonesia y una amplia mayoría de la población musulmana siguen percibiendo cualquier acercamiento a Israel como una “traición a la causa palestina”. El hecho de que, en octubre de 2025, el gobierno indonesio desmintiera inmediata y categóricamente las informaciones publicadas por la prensa israelí sobre una supuesta visita de Prabowo a Israel demuestra la fuerza de esa presión interna. “No es cierto”, declaró el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, mientras que el propio ministro, Retno Sugiono, zanjó la cuestión afirmando: “El presidente Prabowo regresará a la patria tras su visita a Egipto.”
Esta resistencia interna condiciona tanto el ritmo como la forma del proceso de normalización. Cualquier tipo de compromiso con Israel ya sea de alto perfil o meramente simbólico, como la apertura de una embajada o una visita oficial se percibe hoy en día como un suicidio político. Por ello, el gobierno de Prabowo probablemente optará por canales indirectos, conocidos como public relations o “relaciones entre pueblos”: programas de intercambio académico, misiones comerciales, cooperación humanitaria y diplomacia oficiosa. El objetivo es mejorar las relaciones de facto, al tiempo que se prepara a la opinión pública para una eventual normalización formal en el futuro.
En definitiva, la política israelí de Indonesia ha entrado bajo Prabowo en un punto de inflexión histórico. Se trata de un alejamiento estratégico del rígido legado anticolonial de Sukarno. Pero no de una rendición, sino de una estrategia calculada de pragmatismo condicionado. Al subordinar cualquier acercamiento a Israel al reconocimiento de un Estado palestino, Yakarta parece haber pagado el precio de su acercamiento a Occidente y a Tel Aviv sin renunciar a sus principios constitucionales.
El éxito de este delicado ejercicio de equilibrio dependerá de dos factores esenciales. En primer lugar, de si Indonesia logra los beneficios tangibles que espera de esta maniobra como la adhesión a la OCDE, el incremento del comercio y la transferencia de tecnología. En segundo lugar, y aún más importante, de si el conflicto israelí-palestino experimenta algún avance concreto. Si Prabowo inicia un compromiso oficial con Israel antes de la creación de un Estado palestino, se enfrentará probablemente a una grave crisis de legitimidad interna.
El eventual fin oficial del genocidio en Gaza y el reconocimiento del Estado palestino por un número creciente de países podrían, en el futuro próximo, reducir la tensión política y permitir que el “baile” de Indonesia con Israel avance mediante pasos pequeños, graduales y discretos. Prabowo intenta, simultáneamente, construir en el escenario global la imagen de un “equilibrista diplomático” y de un “mensajero de paz”, mientras libra en el frente interno una batalla contra los “guardianes de Palestina”.
Este proceso seguirá siendo un caso emblemático de cómo Indonesia el país con la mayor población musulmana del mundo intenta trazar su propio camino entre la defensa de sus intereses nacionales y la fidelidad a una identidad ideológica que ha definido su política exterior durante casi ocho décadas.