Comprender la ‘América de Trump’

Lo que se presenta comúnmente como las excentricidades o locuras de Trump revela, en realidad, un plan estratégico que busca cambiar radicalmente las reglas del juego para asegurar la victoria de una facción específica dentro de los Estados Unidos en particular, y en Occidente en general. Dicho plan estratégico implica que nos espera una prolongada lucha global durante el próximo período.

América vs. Reino Unido, Nacionalistas vs. Globalistas
o cómo entender la América de Trump

«Nosotros, los húngaros, llevamos quince años rebelándonos contra el imperio liberal-globalista. Nuestra lucha continúa, pero ahora existe una diferencia crucial: bajo el liderazgo del presidente Donald Trump, los Estados Unidos se han unido a esta rebelión. Por ello, nuestro objetivo ya no es resistir, ya no es maniobrar, ya no es simplemente sobrevivir, ¡sino vencer!»

(Extracto del discurso a la nación del Primer Ministro de Hungría, Viktor Orbán.)

Trump volvió a ser elegido presidente de Estados Unidos y, con ello, la transformación percibida como el ascenso de China y, en términos generales, de Asia y del Sur Global, frente al retroceso de Occidente y el Norte liderado por Estados Unidos, entró en una fase nueva y marcada. El hecho de que Trump, en su mandato anterior, fuera elegido presidente con el lema “Make America Great Again” aun obteniendo menos votos totales pero logrando más delegados en el Colegio Electoral fue en realidad consecuencia de esta acelerada transformación. Sin embargo, debido a la recesión económica producida por la pandemia de la COVID-19 y a las maniobras de diversos grupos de poder dentro de Estados Unidos, especialmente grandes corporaciones tecnológicas, Trump no logró renovar su mandato. No obstante, al no haber desaparecido las dinámicas que lo llevaron al poder por primera vez, regresó a la Casa Blanca tras conseguir mayoría tanto en el voto popular como en el Senado y la Cámara de Representantes, conformando un gabinete sumamente peculiar.

En este nuevo periodo, Trump exhibe una actitud diferente a la de su primer mandato, pues da la impresión de interesarse por todo menos por China. Apenas asumir de nuevo el poder, irrumpió con una serie de proyectos, casi de carácter utópico o extravagante, para redibujar el mapa geopolítico: comprar Groenlandia, apropiarse del Canal de Panamá, rebautizar el Golfo de México como “Golfo Americano”, expulsar a los palestinos y hacerse con el control directo de Gaza en nombre de Estados Unidos, o convertir a Canadá en un nuevo estado federado, entre otras propuestas.

Contrario a lo que suele afirmarse, el asunto medular de la América que Trump representa no es, en realidad, la perspectiva de que la hegemonía global estadounidense llegue a su fin por el ascenso de China. Si dejamos de lado la personalidad y el estilo retórico característico de Trump, descubrimos que esta visión de lo que Estados Unidos es, de lo que debería ser y de la forma que debería adoptar el mundo, se distancia por completo de las élites tradicionales de Occidente (tanto de América como de Europa). Aunque aparenta ser algo nuevo, se trata en realidad de una corriente muy antigua y profundamente arraigada en la historia estadounidense.

La “América de Trump” ve como principal enemigo a los denominados “globalistas” liderados por el capital financiero internacional. Tal perspectiva se hace patente en mensajes publicados en la plataforma X, en los que se acusa al célebre banquero global George Soros conocido por sus operaciones financieras especulativas a través de fondos como Quantum en las Antillas Neerlandesas, así como por promover “revoluciones de colores” mediante su organización Open Society de “tratar de destruir la civilización occidental”[1]. Desde esta postura, aun cuando reconoce a China y al Sur Global como amenazas y rivales importantes para la hegemonía de Estados Unidos, considera que el verdadero adversario se encuentra en la estructura globalista encabezada por la monarquía británica y otras casas reales, así como por el capital financiero global. Su propósito es combatir y derrotar a estas élites, de modo que Occidente se transforme para que la hegemonía estadounidense pueda perpetuarse.

Para la América de Trump, China es una potencia cuyo ascenso debe restringirse y mantenerse bajo control, mientras que los “globalistas” constituyen el enemigo a vencer. Así lo confirman las declaraciones del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, publicadas el 23 de febrero en la plataforma X: “Nosotros, los húngaros, llevamos 15 años rebelándonos contra el imperio liberal-globalista. Nuestra lucha continúa, pero existe una diferencia importante: Estados Unidos, bajo el liderazgo del presidente @realDonaldTrump, se ha sumado a esta rebelión. ¡Ahora nuestro objetivo ya no es derrotar ni maniobrar ni sobrevivir, sino ganar!”. Con tales palabras, Orbán proclama abiertamente esta intención y esta visión del mundo. De igual forma, en el primer mandato de Trump se hizo evidente en el discurso que pronunció ante la ONU  al que los asesores de Barack Obama respondieron con fuertes críticas y que fue resumido en la frase “El futuro no pertenece a los globalistas, sino a los patriotas”. Nuevamente, esta idea adquiere relevancia porque la América de Trump ha identificado como foco principal de enfrentamiento a la alianza centenaria entre las familias reales europeas, encarnada en la monarquía británica y en el capital financiero (cuyo exponente más renombrado es la familia Rothschild), a la que se denomina “Court Jewish/Saray Yahudisi”. Por su parte, el célebre estratega ruso Aleksandr Duguin, con su obra “La Revolución Trump”, respalda esta cruzada y postula una posible cooperación o alianza rusa con dicha iniciativa.

En cuanto al régimen político, la América de Trump se basa en la tradición republicana nacionalista de los primeros colonos que llegaron a Norteamérica y libraron la guerra de independencia contra Inglaterra, estableciendo un Estado soberano. Mayoritariamente, estos partidarios provienen de grupos protestantes puritanos (en un sentido cercano al salafismo, por su estricto fundamentalismo religioso)[2], pero también cuenta con católicos devotos (Vance, Rubio, Kennedy) que se integran de manera singular a este movimiento.

La América de Trump, en la línea de la Ilustración inglesa y escocesa, encarna la vertiente teológica de John Locke, protestante puritano profundamente religioso, en oposición a la versión atea y deísta representada por Thomas Hobbes y David Hume[3]. Se ubica, por ende, en el polo opuesto del cosmopolitismo epicúreo y estoico de raíces budistas y con un tinte espiritual anaranjado que defiende, entre otros, George Soros. Políticamente, este sector toma como modelo la tradición cristiana e imperial romana, reacia al cosmopolitismo helenístico surgido de la conquista de los persas aqueménidas por Alejandro Magno, que fusionaba Oriente y Occidente desde una perspectiva globalista.

En el ámbito sociológico, la América de Trump y las formaciones políticas europeas que apoya a menudo calificadas como “extrema derecha” representan a los sectores perjudicados por la voracidad de la globalización financiera desde la década de 1990, a lo que se sumó la crisis económica de 2008 y el profundo impacto de la pandemia de COVID-19. El hecho de que potencias orientales como China y el Sur Global cuestionen la hegemonía de Occidente fortalece, ante la opinión pública, la plataforma política de estos movimientos.

Los pilares del plan de juego que representa Trump pueden resumirse así: para ganar la contienda y mantener la preponderancia de Estados Unidos, su prioridad es reestructurar América y Occidente. Con la mirada puesta en la tradición puritana cristiana que fundó el país, la América de Trump aspira a devolver a Estados Unidos a sus “códigos fundacionales”. En este sentido, busca romper la alianza entre el ejército estadounidense (al que Winston Churchill, tras la Segunda Guerra Mundial, consideró como “el poder que prestamos a Estados Unidos”) y el capital financiero internacional, que había posicionado a Estados Unidos como líder de Occidente. Propone sustituir la senda intervencionista de Woodrow Wilson por un enfoque más pragmático  y si es preciso, intervencionista  propio de Theodore Roosevelt, regresando el país a la situación anterior a 1945 e, incluso, previa a la Primera Guerra Mundial. Para ello, aboga por la disminución de personal y presupuesto en instituciones como el Pentágono o la CIA[4] , a la par que se refuerzan órganos de seguridad interna como el FBI. Asimismo, un punto esencial es imponer un control inédito sobre la Reserva Federal (FED), que emite la moneda estadounidense y cuyos accionistas incluyen grandes bancos del capital financiero global.

Dado que la América de Trump asume los postulados de Samuel Huntington en “El choque de civilizaciones”, considera que la inmigración extranjera y latina supone una grave amenaza para la integridad cultural de Estados Unidos. Por ello, promueve medidas restrictivas de control poblacional y defiende la oficialización del inglés como idioma estatal. A nivel interno, con la postura anti-federalista característica del Sur, se afianza el orden constitucional a través de los magistrados del Tribunal Supremo designados por Trump, quienes refuerzan la preeminencia de los estados federados sobre el poder federal. Muestra de ello son los planes para suspender ciertos fondos del gobierno central o incluso eliminar el Departamento de Educación.

En su calidad de nacionalistas republicanos opuestos al dominio de las casas reales, pretenden debilitar la hegemonía global de las monarquías, incorporando territorios como Canadá[5] (bajo la monarquía británica) o Groenlandia (bajo la monarquía danesa) a su propia esfera de control. Además, buscan ejercer influencia en las monarquías del Golfo para distanciarlas de otros tronos europeos y aprovechar sus recursos financieros, a fin de compensar el desequilibrio que podría producirse en su pulso contra el capital global.

La América de Trump es consciente de que la vuelta a la etapa previa a 1945 podría generar un vacío en el sistema internacional que perjudicaría a Estados Unidos. Por ello, entiende la necesidad de establecer una serie de alianzas y reconfigurar Occidente en su conjunto. En su guerra contra el capital financiero global y contra la cultura cosmopolita “Woke” que promueve, considera que la Rusia de Putin, con su impronta nacionalista, estatista, cristiana e históricamente hostil al Reino Unido, constituye un aliado estratégico contra los globalistas y contra China. Asimismo, Trump ve a la Unión Europea como un proyecto globalista y, por ende, se propone debilitarla junto con Rusia, impulsando en Europa la llegada al poder de una generación de políticos formados en “escuelas de política cristiana” a escala continental, tal como impulsó su exasesor Steve Bannon[6]. De este modo, pretende socavar a la UE y al globalismo, convertir a Alemania en un aliado encabezado por la AfD (Alternativa para Alemania) y reconstruir Occidente sobre la base de naciones cristianas y conservadoras.

Otros objetivos tácticos de la América de Trump incluyen: superar a China en tecnologías de inteligencia artificial, en metales de tierras raras y en sistemas no tripulados; mantener el control sobre los medios de comunicación tradicionales y sobre las redes sociales para hacer frente a los globalistas (como Soros, a quienes acusa de querer destruir la civilización occidental); debilitar el predominio financiero de Nueva York mediante la creación de una nueva bolsa y centro financiero en Texas; e incluso, si fuera viable, llegar a un acuerdo de mínimos con China e Irán.

En resumen, lo que algunos describen como “las locuras de Trump” es, en realidad, un plan estratégico diseñado por una facción de Estados Unidos y, de manera más amplia, de Occidente que aspira a cambiar las reglas del juego con el fin de asegurarse la victoria a largo plazo. Esto significa que se avecina una prolongada contienda global.

Notas:
[1] Quizá el mejor indicador de la “guerra” que Trump libraría contra el capital financiero global sea el anuncio, por parte de él y de su círculo cercano, de que se desplazaría a Fort Knox para comprobar si realmente allí se conserva el oro custodiado.

[2] El principal motivo por el cual estos protestantes “salafistas” (puritanos) emigraron hacia el “Nuevo Mundo” llamado América, pese a las duras condiciones de vida que allí imperaban, fue su condena de los anglicanos —dirigidos por el rey o la reina de Inglaterra, quienes mantenían posturas cercanas al catolicismo en asuntos como la veneración de íconos y santos— a quienes consideraban herejes.
“Los puritanos surgieron a finales del siglo XVI en la Iglesia de Inglaterra, dando origen a un movimiento de reforma religiosa conocido como puritanismo. Creían que la Iglesia de Inglaterra conservaba demasiadas similitudes con la Iglesia católica romana y defendían la eliminación de ciertas ceremonias y prácticas no incluidas en la Biblia. Para ellos, estas reformas eran un imperativo en su pacto directo con Dios. Los puritanos, que nacieron dentro de la Reforma protestante inglesa de los siglos XVI y XVII, escaparon de la persecución religiosa en Inglaterra emigrando a América, donde hicieron importantes aportes a la estructura política, social y cultural en los primeros tiempos de los Estados Unidos.”

[3] Tal vez el rasgo que más emparente a la “América de Trump” con John Locke sea la doble moral respecto a la libertad de expresión. Mientras critica a Europa por no respetar la libertad de expresión de la “extrema derecha”, en Estados Unidos se llega a cancelar las visas de estudiantes extranjeros favorables a la causa palestina o incluso a cortar el financiamiento a universidades, adoptando así una postura tan hipócrita como la de Locke, quien defendía la libertad de expresión solo para los protestantes.

[4] Vale la pena mencionar, como ejemplo destacado, la alianza anti-Trump establecida entre los llamados neoconservadores republicanos encabezados por el expresidente de la CIA, oriundo de Texas, George Bush, y por su hijo Bush y el Partido Demócrata de Joe Biden.

[5] Conviene recordar que la población originaria de Canadá, tras la Guerra de Independencia de Estados Unidos, estaba compuesta en buena parte por quienes se mantenían fieles al rey y, por ello, emigraron desde las Trece Colonias. Además, el poder soberano de la monarquía inglesa en Canadá es aún más fuerte que en Inglaterra, Australia o Nueva Zelanda.

[6] El exasesor de Trump, Steve Bannon quien se vio obligado a apartarse del equipo del presidente porque algunos magnates judíos que apoyaban a Trump lo rechazaban difundió una imagen suya el 1 de enero, justo antes de que Trump asumiera nuevamente el cargo, luciendo una camiseta con la frase “Free Constantinapol” (en alusión al antiguo nombre de Constantinopla). Además, Bannon ha declarado públicamente que “la amenaza más seria no es Irán, sino Erdogan”; mientras que el estratega Aleksandr Duguin escribió en Twitter que, “Si Estados Unidos es un Estado cristiano, debería derrocar al gobierno actual en Siria”. Ambas manifestaciones evidencian de manera clara la mentalidad casi de “cruzada” que subyace en este grupo.