Colonialismo y Tony Blair (¿Otra vez?)
A comienzos de este siglo no puedo apartar de mi memoria el proceso de invasión y ocupación que Estados Unidos emprendió contra Irak; allí también se impuso al pueblo devastado una “Autoridad” de nombre semejante. La Autoridad Provisional de la Coalición (CPA, por sus siglas en inglés), como se conocía a aquella estructura, se distinguió quizá más que nada por su corrupción, su arrogancia y su mentalidad colonial, que parecía salida tanto de los discursos de Winston Churchill como de los villanos de las novelas de Joseph Conrad. Durante su breve existencia de apenas un año, no fue más que un gobierno títere. Las alusiones a la posibilidad de que Tony Blair el perro faldero de George W. Bush encabezara esta nueva Autoridad hacen todavía más pertinentes tales comparaciones.
Una de las conversaciones más estremecedoras que he tenido en este siglo ocurrió el 11 de septiembre de 2001 en Washington Square Park, en Greenwich Village. El repugnante olor que emanaba de las torres en llamas del World Trade Center proveniente de las personas en su interior y de los demás materiales consumidos por el fuego flotaba suspendido en el aire; un humo azulado formaba una niebla de hedor insoportable. Había logrado contactar a un amigo que trabajaba a escasos bloques de los edificios colapsados y nos sentábamos en el parque con una botella de vino.
Un pequeño grupo de jóvenes, en sus veintitantos años, conversaba entre sí; uno de ellos se volvió hacia mí y me preguntó qué pensaba que debía hacerse con los responsables. Respondí que debían ser encontrados, arrestados y llevados ante la justicia. Uno de los jóvenes se opuso: como la mayoría de sus amigos, quería la guerra. Contra alguien. Aquello no resultaba del todo sorprendente; al fin y al cabo, estábamos en Estados Unidos, donde la guerra suele plantearse siempre como solución. Le pregunté qué esperaba que ocurriera después de esa guerra. En ese momento, un hombre negro del grupo intervino en la conversación. Sus palabras fueron sencillas: “Colonicenlos a todos. Así podremos civilizarlos”.
Perdí el control. Le respondí que la historia del colonialismo había generado precisamente las condiciones que llevaron a los perpetradores a cometer ese atroz ataque, y que más colonialismo no cambiaría nada. Él repitió sus palabras. Entonces, uno de sus amigos le preguntó si descendía de personas esclavizadas en Estados Unidos. Asintió con la cabeza. Yo le repliqué preguntándole si comprendía que el sistema de esclavitud basado en la propiedad en Norteamérica era una consecuencia directa del colonialismo. Estaba a punto de contestar cuando se derrumbó el edificio conocido como el “Número 7”. El estruendo del colapso interrumpió nuestra conversación; mi amigo y yo fuimos a buscar comida y algo más de vino.
El colonialismo es una plaga que se niega a morir. Su herencia comprende la muerte de decenas de millones de personas, la esclavización de muchos más y la devastación de entornos naturales. Su objetivo ha sido enriquecer a las potencias coloniales, neutralizar las revoluciones populares y los movimientos de liberación nacional, y garantizar el dominio sobre los pueblos del planeta por parte de un reducido número de individuos cuya arrogancia solo es superada por su insaciable hambre de poder (y así sigue siendo).
El colonialismo adopta múltiples formas: militar y económica, liberal y reaccionaria. A veces se presenta como un camino hacia la libertad para los oprimidos y marginados en la nación colonizadora; en otras ocasiones se ofrece como instrumento de desarrollo económico. Edward Said, en su artículo titulado “El arrogante desdén imperial”, publicado el 20 de julio de 2003, escribe: “Pero todo imperio le dice a sí mismo y al mundo que es diferente de los demás, que su misión no es saquear y controlar, sino educar y liberar”.
Por supuesto, sea como sea, el colonialismo existe para enriquecer a la potencia colonizadora en detrimento de los colonizados. Y estos, mientras no logren liberarse de aquel, jamás podrán conocer lo que significa la libertad. Esta condición se cumple tanto para los países de ultramar como para el propio Estados Unidos, la nación colonial más poderosa del mundo.
Se ha informado recientemente que Estados Unidos apoya un plan para situar al ex primer ministro británico Tony Blair al frente de la llamada Autoridad Internacional de Transición para Gaza (GITA). Este proyecto colocaría, una vez más, a agentes del Norte Global en el papel de supervisores coloniales dentro del territorio palestino de Gaza. Bajo el pretexto de que dicha autoridad sería administrada por Naciones Unidas, las potencias coloniales occidentales asumirían un control directo sobre una parte de Palestina. Si bien el papel de Israel como perro guardián imperial no necesariamente disminuiría, la masacre de carácter genocida que actualmente lleva a cabo ha limitado, en el futuro inmediato, su eficacia en dicha función. Esta situación no se explica porque Washington, Londres u otros gobiernos occidentales se sientan incómodos con el desempeño de Tel Aviv en su represión de la lucha palestina por la autodeterminación; obedece, más bien, a que en los países que arman esta masacre, un número considerable de ciudadanos se ha alzado con fuerza contra ella.
Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea esperan sofocar, mediante la creación de esta supuesta autoridad transitoria a la que casi ningún palestino brinda apoyo explícito, las crecientes protestas populares en sus propios países contra el genocidio israelí. Digámoslo sin rodeos: no se trata de un paso hacia una Palestina soberana e independiente, sino de otro intento de las potencias occidentales de perpetuar su control sobre la región. Desde el primer mandato británico proclamado tras el colapso del Imperio otomano, pasando por la instauración del Israel sionista por parte de las potencias occidentales para mantener su hegemonía en la zona, hasta los Acuerdos de Oslo y esta Autoridad concebida bajo la mentalidad colonial de Occidente, el propósito ha permanecido inalterado: impedir que los palestinos ejerzan su derecho a la autodeterminación.
No logro apartar de mi mente el proceso de invasión y ocupación que Estados Unidos emprendió contra Irak a comienzos de este siglo; allí también se impuso al pueblo devastado una “Autoridad” con nombre semejante. La Autoridad Provisional de la Coalición (CPA, por sus siglas en inglés), como se la conoció, se distinguió sobre todo por su corrupción, su arrogancia y su mentalidad colonial, como salida de los discursos de Winston Churchill o de los villanos en las novelas de Joseph Conrad. Durante su breve existencia de apenas un año, no fue más que un gobierno títere. Las alusiones a que Tony Blair el perro faldero de George W. Bush encabezara esta nueva Autoridad hacen aún más pertinentes tales comparaciones. Otra similitud reside en la exclusión de los grupos de resistencia armada del proceso. Si recordamos Irak, lo que alimentó la resistencia contra la ocupación fue precisamente esta exclusión.
Aún más revelador resulta que el plan de imponer la GITA a los palestinos se atribuya a Jared Kushner, yerno de Donald Trump y corredor inmobiliario para las élites acaudaladas; tal autoría refuerza las intenciones coloniales de la propuesta y anticipa su probable fracaso. Es preciso subrayarlo una y otra vez: ninguna “solución” a las demandas palestinas de soberanía y paz puede imponerse desde Tel Aviv, Washington, Bruselas, Londres ni desde ninguna otra capital del mundo. Sea a través de gobiernos individuales o bajo el amparo de Naciones Unidas, todo plan o propuesta de paz emanado de fuerzas externas está condenado al fracaso si no cuenta con el apoyo mayoritario de los palestinos. La historia lo ha demostrado de manera más que elocuente.
*Ron Jacobs es autor de varios libros, entre ellos Daydream Sunset: Sixties Counterculture in the Seventies (Atardecer soñador: la contracultura de los sesenta en los setenta), publicado por CounterPunch Books. Su obra más reciente, Nowhere Land: Journeys Through a Broken Nation (Tierra de nadie: viajes a través de una nación fracturada), se encuentra actualmente a la venta. Reside en Vermont. Se le puede contactar en la siguiente dirección: [email protected].
Fuente:https://www.counterpunch.org/2025/09/29/colonialism-and-tony-blair-again/